Farandulero
Con el fallecimiento de la reina Isabel II, ha llegado a su fin un reinado histórico y una larga vida dedicada al deber, la familia, la fe y el servicio.
El Gobierno y el pueblo de Australia ofrecemos nuestro más sentido pésame a la Familia Real, que está de duelo por una querida madre, abuela y bisabuela, la persona que durante tanto tiempo fue su mayor fortaleza interior.
Los corazones australianos están con la gente del Reino Unido que llora hoy, sabiendo que sentirán que han perdido parte de lo que hace que su nación sea un todo.
Se puede encontrar consuelo en las propias palabras de Su Majestad: “El dolor es el precio que pagamos por el amor”.
Esta es una pérdida que todos sentimos, porque pocos han conocido un mundo sin la Reina Isabel II. En sus siete notables décadas en el trono, Su Majestad fue una constante rara y tranquilizadora en medio de un cambio rápido. A través del ruido y el tumulto de los años, encarnó y exhibió una decencia eterna y una calma duradera.
Desde el momento en que la joven princesa se convirtió en Reina, cargando con el enorme peso de la institución en la que nació, Su Majestad hizo de la dedicación al deber y al servicio por encima de sí misma el sello distintivo de su reinado.
Ella celebró nuestros buenos momentos, estuvo con nosotros en los malos. Feliz y glorioso pero firme también. En particular, recordamos la simpatía y la amabilidad personal que brindó a los australianos afligidos por la tragedia y el desastre.
A lo largo de todo, ella fue una monarca que mostró su humanidad, cumpliendo con su deber con fidelidad, integridad y humor. En esto, fue apoyada durante tanto tiempo y con tanto amor por el difunto Príncipe Felipe, su “fuerza y apoyo” durante 73 años.
Desde su famoso primer viaje a Australia, el único soberano reinante que visitó alguna vez, quedó claro que Su Majestad tenía un lugar especial en su corazón para Australia.
Quince giras más ante multitudes que vitoreaban en todos los rincones de nuestro país confirmaron el lugar especial que ocupaba en el nuestro.
Como monarca durante más de la mitad de la vida de nuestra Federación, la relación entre Australia y Gran Bretaña maduró y evolucionó a lo largo del reinado de Su Majestad.
La Reina recibió todos y cada uno de los cambios con comprensión, buena disposición y fe permanente en el buen juicio del pueblo australiano.
Esta fue la forma hábil y diplomática en que unió la diversidad de la Commonwealth moderna, naciones de todo el mundo que llorarán su muerte.
Hoy marca el final de una era, el cierre de la segunda edad isabelina. Este tiempo de duelo pasará, pero el profundo respeto y la cálida consideración con la que los australianos siempre tuvieron a Su Majestad nunca se desvanecerá.
Que ella descanse en paz eterna.
