‘Babylon’ es, evidentemente, una carta de amor al cine. Una carta de amor a un arte hecho por simples mortales. ¿Qué fue antes, la película o la estrella? ¿El cine hace al cineasta o el cineasta hace el cine? Es muy fácil «ver» a Damien Chazelle a través de su última película, un órdago consciente de su condición kamikaze: Doble o nada. ‘Babylon’ es una carta de amor al cine de alguien que ama el cine para alguien que ama el cine. Siempre, entendiendo las posibilidades del cine como arte; siempre, asumiendo que los artistas son… humanos. El cine es magia, las personas… la realidad.
Es muy fácil «ver» a Damien Chazelle a través de ‘Babylon’, una apuesta arriesgada en los tiempos que corren «de esparcimiento consumista» que huele a la inmortalidad de quien deposita en ella su alma. Una obra tan sentida como desaforada y enfática que choca de frente con el bueno, bonito y breve del consumo rápido. Chazelle quiere homenajear el cine clásico haciendo un clásico moderno que alguien pueda homenajear dentro de 90 años. Y lo consigue, aunque sea a costa de sacrificar al espectador todo lo que hay que decir, más aborregado. El cine es magia, las personas… la realidad.
Brad Pitt y Margot Robbie ayudan mucho, como siempre, pero también son en cierto sentido el talón de Aquiles de una propuesta que acaba necesitando y/o dependiendo demasiado de ellos. Son el reclamo de una obra eminentemente coral cuyo radiante y lucida presencia ensombrece un poco todo lo demás, ya sea por accidente, inercia, devoción o necesidad. Pitt y Robbie son las estrellas, Diego Calva y todos los demás las personas. Así, se siente que al pretendido mosaico volumétrico que propone le falta darle algo más de eminencia colateral para adquirir un contorno más… universal.
La comparación la tengo clarísima: Le falta el equilibrio que tenía ‘Boogie Nights’, en donde el pollón de Dirk Diggler no lo era todo aunque todo girase en torno al pollón de Dirk Diggler. Pero la idea es la misma, y el resultado parecido si no fuera porque Chazelle, como si fuera un groupie emocionado antes que un cineasta frío y calculador como Paul T. Anderson, lo suelta todo… aunque quizás no todo esté en el montaje final de 3 horas, se antoja, aún con todo, una versión abreviada de lo que sin duda es un sueño húmedo convertido en realidad. La película que no quieres dejar sin hacer.
Aunque eso te pueda costar la carrera. Porque Chazelle estuvo allí, y siempre habrá estado allí, pase lo que pase. Y habrá formado parte de algo más importante que él, o al menos tendrá la oportunidad de morir intentándolo. Ya se sabe, es mejor haber perdido que nunca haber sentido. Salvo para los que no lo han sentido tal vez. Las personas mueren mientras el cine los convierte en leyenda y el arte en artistas: En el material de los sueños de los cineastas y artistas del mañana. El cine representa esa inmortalidad que las personas, en principio, nunca podrán alcanzar solas por sí mismas.
‘Babylon’ es una película excesiva. Un claro y homenaje al cine hinchado, irregular e inestable con algunos momentos realmente brillantes y otros claramente prescindibles (o abreviables). Aunque en conjunto deja buen sabor de boca y se puede asegurar sin miedo ni temblor alguno que es una (muy) buena película, es una obra en última instancia desbordada por su propia filia artística. El resultado, que el espectador va de más a menos y como en una gran comilona termina empachado, sin terminar de disfrutar de la función. Al menos en directo: Porque en el recuerdo…
… porque crece con el recuerdo, como lo hacen aquellas películas que de una manera u otra, a los que amamos el cine como Chazelle, nos acompañan aunque sólo sea en un momento de nuestras vidas.