Este caso ha destrozado los mitos de la cultura de la violación a una escala sin precedentes. Gisèle Pélicot, en un acto de desafío y valentía, renunció a su derecho al anonimato para enfrentar tanto a sus atacantes como a los sistemas sociales más amplios que permitieron que persistieran tales atrocidades. En un conmovedor testimonio ante el tribunal de Aviñón el mes pasado, declaró: “Es hora de que cambie la sociedad machista y patriarcal que trivializa la violación… Es hora de que cambiemos la forma en que vemos la violación”.
Su decisión de hablar abiertamente sobre sus experiencias no fue sólo una apuesta por la justicia personal sino también un esfuerzo por obligar a la sociedad a enfrentar su complicidad al permitir tal violencia. Como ella dijo tan poderosamente: “No nos corresponde a nosotros tener vergüenza; es para ellos”. Desde entonces, este grito de guerra ha resonado entre las víctimas de agresión sexual, las feministas y sus aliados en todo el mundo.
La gravedad de los crímenes, la crueldad y los detalles desgarradores han hecho que este juicio sea único en su impacto público. El caso ha expuesto la percepción de normalidad de los perpetradores (hombres comunes y corrientes en una pintoresca ciudad francesa) y las fallas sistémicas que permitieron que el abuso continuara durante tanto tiempo. Se ha convertido en un pararrayos para quienes luchan por desmantelar la cultura de la violación. Incluso en los tribunales, los intentos de los apologistas y de los que culpaban a las víctimas de defender a Dominique y sus coacusados fueron ahogados por el apoyo abrumador a Gisèle.
La solidaridad pública con Gisèle ha sido fuerte e implacable. Este nivel de apoyo es poco común en los casos de violación, en los que a menudo las víctimas son incrédulas o vilipendiadas. Hace apenas unas semanas, Conor McGregor fue declarado culpable por un jurado de agredir a Nikita Hand en un hotel de Dublín en diciembre de 2018. A pesar de este veredicto, miles de personas corrieron en su defensa, llamándola mentirosa y avergonzando a Hand.
Vivimos en una sociedad impregnada de valores patriarcales; una sociedad donde la agresión sexual y la violación funcionan como herramientas de opresión, reforzando los sistemas de poder y control. Desafiar estos sistemas es una amenaza para muchos, ya que requiere una redistribución fundamental del poder. La lucha de Gisèle ha demostrado lo necesario que es este desafío, pero también lo lejos que nos queda por llegar.
En Francia, las sentencias por violación y agresión sexual varían mucho. Los jueces pueden imponer penas que oscilan entre 15 y 30 años por violación y hasta siete años y 100.000 euros de multa por agresión sexual, dependiendo de circunstancias como la edad de la víctima y su relación con el agresor. Dada la naturaleza extrema de los crímenes de Dominique, muchos esperaban una sentencia de cadena perpetua.