Farandulero
Rob ha dejado su pasado atrás. Ahora vive aislado en una cabaña medio destartalada en una zona remota de un bosque de Oregón. Su única compañía, y medio de vida, es su cerda buscadora de trufas. Cuando secuestran a su cerda, a Rob no le quedará más remedio que lanzarse en su busca a través de un extraño submundo criminal.
Rob es Nicolas Cage. Pero en esta ocasión uno más uno no son dos. Leyendo la sinopsis (abreviada) de ‘Pig’ y viendo la cara de mala leche del mencionado en su póster, cualquier pensaría que estamos ante «la habitual» historia de venganza del tipo «secuestraron a la cerda equivocada». Nada más lejos de la realidad. ‘Pig’ no es lo que esperas.
O lo que cabría esperar de Cage a estas alturas, quien con esta película vuelve… aunque nunca se hubiera ido como decían en ‘El insoportable peso de un talento descomunal’. ‘Pig’ no es una historia de violencia aunque Cage se pase media película ensangrentado, sino una historia sobre afrontar la pérdida y sobrevivir a nuestros seres queridos.
Una suerte de fábula en la que Cage vuelve a brillar como en sus mejores años, en una interpretación muy poderosa en su fría contención y con la que el actor, por primera vez en sabe Dios cuantos años, se aleja por completo de ese meme en el que se ha convertido. La interpretación de Cage, sentida y honesta, es algo más que media película.
Una película que por demás brilla más al inicio que al final, cuando una vez los platos están sobre la mesa y como obra que puede valerse por sí misma, no termina de consolidar y redondear el extraño encanto y la inquieta belleza de sus primeros compases. Y es que ‘Pig’ es un misterio que no resulta tan apasionante de resolver una vez resuelto.
No al menos tanto como lo pretende el debutante Michael Sarnoski, siendo uno de esos filmes que aparentan más de lo que acaban siendo sin dejar de ser, a su vez, mucho más de lo que aparentan ser. ‘Pig’ no es desde luego «lo típico», siendo que tiene más en común con ‘Twin Peaks: The Return’ que con el 95% de lo que ha hecho Cage en el siglo XXI.
De ahí que aunque ovalada y no redonda, sea toda una delicia con un sabor tan particular. Por la conmovedora piedad que despierta, por su atrevimiento antisistema o por la orgullosa subversión de nuestras expectativas. O por recuperar la mejor versión de un actor, Don Nicolas Cage, al que hacía años que no veíamos con otros ojos.
